martes, 13 de agosto de 2013

Doce

Hace un tiempo, ya más de un año, mi amigo me dijo que él sentía mucha lástima por esas personas que tienen una relación enfermiza, ese tira-y-afloja constante en el que uno de los dos siempre sale jodido... y que sin embargo, ninguno de los dos pueden cortar la relación. Mostrismo, lo llama él.

El primer chico que conocí lo olvidé por completo.

El segundo chico que conocí era un pibe muy divertido. Podíamos hacer chistes hablando sobre la televisión o comentar canciones nuevas. No llegaba al extremo de que pudiera mostrarle una canción de Yoko Ono, ni como algo en serio ni como algo en joda. Este chico era muy lindo; era tan lindo que yo no podía creer que me estuviera hablando. Y por supuesto, eso nunca podía pasar de lo cibernético. Los chicos tan lindos no salen con chicos feos.

El tercer chico que conocí me hizo sentir algo que normalmente no me pasa con nadie: me sentí cómodo estando en silencia. Viste que hay veces que uno está con alguien y no soporta que ninguno de los dos hable, entonces tiene que decir alguna boludez, y terminás diciendo cada pavada que lo más seguro es que terminás espantando al otro. Y con motivos. Pero con este pibe no. Íbamos a comer y se hacían silencios y estaba todo bien. Nos mirábamos sin decir nada. Mirábamos a otra gente y si algo nos causaba gracia nos reíamos, sin necesidad de señalar lo chistoso.

El cuatro chico que conocí fue el mejor amante que tuve. No lo digo por esas cosas que uno espera ver en las películas porno (los penes gigantes, los "Oh yes" gritados como si fueran Dakota Fanning, los cuerpos torneados, los movimientos acrobáticos dignos del kamasutra). Cuando teníamos relaciones, yo sentía que no tenía que demostrarle nada a él. Y sentía que él tampoco estaba forzándose por demostrarme nada a mí. Éramos los dos. Y ni siquiera éramos dos cuerpos: éramos dos personas que estaban mostrándose lo bien que la pasaban el uno con el otro. Sin fingir, sin mentir, sin pretender; los éramos lo más sinceros que se podía ser.

El quinto chico que conocí no me conoció.

El sexto chico que conocí quería que lo conociera. Dicen que el artista y la persona tienen como dos personalidades diferentes. Como si el Mick Jagger que está en el escenario o dando una entrevista es alguien distinto al que está en su casa en pantuflas tomando un té. (Aunque no creo que Jagger tome té). Este chico no tenía esa idea, entonces me mostraba toda su creación artística como una forma más de conocerlo. Yo no tengo todas las luces, así que me tomó mucho tiempo conocerlo de esa manera. De hecho, cuando cortamos fue que terminé de entender todas sus obras de arte.

El séptimo chico que conocí fue conmigo a un recital. Mejor dicho, yo fui con él, porque a mí esa banda no me gusta pero a él sí, y cuando uno está saliendo con alguien hace esas cosas. En el colectivo, en el camino de vuelta, hablamos y nos reímos de lo malo que era el último disco de Madonna. Era un jueves, y yo al día siguiente tenía que entrar a laburar a las 8.

El octavo chico que conocí me dijo que le cumplí un sueño. Era su cumpleaños, y yo recordaba que una vez había dicho al pasar que toda su vida había buscado algo. Es algo material, no muy fácil de conseguir, barato; no viene al caso decir qué era. No recuerdo su sonrisa cuando abrió el regalo, pero sí cómo le brillaron los ojos. Igual creo que él ya sabía que se lo había conseguido, pero la felicidad que le vi en la mirada es un recuerdo que me voy a guardar.

El noveno chico que conocí lo recuerdo cada vez que escucho "Regret" de Fiona Apple. En la estrofa "Remember when I was so sick and you didn't believe me?", ahí es cuando pienso en él. Una vez que yo estuve muy, muy descompuesto, él me llamó dos días después, primero para retarme por no haberlo llamado antes, y después para contarme de las descomposturas grandes que él tuvo años atrás. Nunca me preguntó cómo me sentía yo.

El décimo chico que conocí no me dejó que lo cuidara. Yo quería que estudiara; salimos en época de parciales, y yo me sentía culpable cada vez qué el perdía un día de estudio para que estuviéramos juntos, y la fecha del examen se acercaba más y más. Por supuesto que la pasaba bien con él, pero no me imaginaba cómo lidiar con la culpa si él reprobaba por no estudiar. Lo gracioso es que después hubo un paro de docentes y el examen se suspendió, pero para esa fecha ya habíamos cortado.

El undécimo chico que conocí creía que yo tenía poderes telepáticos. Él quería hacer cosas conmigo, pero como yo no podía (ni puedo) leer su mente (ni la de nadie), no hubo forma que nunca nos encontrásemos para ir al cine o a cenar.

El duodécimo chico que conocí me maltrataba. Lo hacía en forma de chiste, y yo también me reía, pero en el fondo sé que lo pensaba de verdad. Que yo no tengo onda, que soy un aburrido, que no tengo aspiraciones, que siempre hablo de lo mismo. Ja, una vez incluso intentó ahorcarme. Cinco minutos después y hubiéramos terminado en la policía, calculo.

El último chico que conocí no pudo controlar su autoestima baja. Lo curioso es que él me había dicho ya que tenía problemas de depresión; yo le había contado de mi distimia y mi bipolaridad. Saber eso nos había dado una complicidad, de forma que él sabía que tenía que aguantarme en mis días chotos, y yo sabía que yo tenía que ser su apoyo cuando se sintiera tambalear. Y yo había llegado al punto de querer serlo. Pero sus inseguridades y sus miedos le hicieron interpretar las cosas que yo le hacía y le decía al revés. Cuando yo le decía que no entendía el arte que hacía, él no tenía en cuenta que yo no entiendo un pito de arte; él pensaba que a mí no me interesaba. Cuando yo le decía que no quería jugar a los juegos que le gustaban, él pensaba que lo estaba rechazando. Cuando yo le dije que quería que fuera a estudiar, él pensaba que yo lo estaba echando. Cuando yo le dije que lo quería, él pensaba que se lo estaba diciendo por compromiso.


Un año después, sigo pensando qué hice mal yo.
Mis amigos me dicen que yo no hice nada mal, que para estar con alguien así es mejor que esté solo.
Pero... supongo que soy víctima del mostrismo, al final.